jueves, junio 29, 2006

El Tropezón

Cuando Mazinger surcaba los televisores, verano azul aún no se había repuesto y el un, dos, tres estaba en su apogeo, tres fechas provocaban que el niño que fue uno, agrandase los ojos y una sonrisa de oreja a oreja moldease el rostro. Esas fechas, señores, eran la navidad, el cumpleaós y el verano. Sí, han adivinado, entonces era cuando recibíamos nuestro juguete preferido. A veces lo elegíamos nosotros, otras eran nuestros padres los encargados. Pero la ilusión ahí estaba, y sin duda nos propiciaba los momentos más felices de nuestra existencia. ¿A qué viene este preámbulo, se preguntarán?. Pues les diré: recién entraditos estaban los años 80, y como caído del cielo, Madel, una marca juguetera, se sacó de la manga un juego excepcional, que haría las delicias del chico y el grande, y a los que leíamos el Mortadelo nos llenaría de regocijo. Se trataba de El Tropezón, que al módico precio de 1260 pesetas, se vendía en jugueterías y en algún kiosko de esos que compartían estantes cacharros y revistillas. Había que poner una pila gorda en su barriga, y a funcionar. Unos mortadelos 100 % ibañezcos nos animaban a jugar. Un musculoso Mortadelo daba vueltas y debíamos cargarle con cilindros, rectángulos, cubos de plástico. Y cuando menos lo esperabas, un tropezón hacía que todo el esfuerzo hubiese sido en vano.

Una rareza de juguete, pero único y maravilloso.

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